Un gesto tan sencillo como tararear una melodía que nos da vueltas en la cabeza, sentir el impulso de cantar a pleno pulmón cuando estamos bajo el agua de la ducha, o simplemente, la necesidad de cantar cuando estamos de buen humor… Es un instinto que llevamos dentro, la necesidad de expresar, de comunicar y, al mismo tiempo, la sensación de bienestar interno que nos genera el poder hacerlo, y sobre todo el poder hacerlo sin dolor. Es extraña y maravillosa la sensación de felicidad que experimentamos, algo tan simple y complejo a la vez.
Sin embargo, la acción de cantar no debe permanecer en una esfera meramente técnica o meramente emocional, ya que requiere de un verdadero alarde de equilibrio físico y espiritual y de un desbloqueo general del organismo a todos los niveles. Es técnica y emoción al mismo tiempo.
El camino de la voz es un camino de descubrimiento y evolución personal, un verdadero viaje al interior de uno mismo y de encuentro con el HARA, o centro vital. Es necesario romper múltiples cadenas mentales para que la toma de conciencia y el descubrimiento de nuestro centro de gravedad nos conduzcan a la liberación. Por todo ello, cuando hay en nosotros un bloqueo, físico o mental, éste se traducirá en pérdida de equilibrio, falta de coordinación, tensión vocal, etc. Sin embargo, todo aquello que seamos capaces de desbloquear, nos transportará a una reconfortante liberación vocal y artística.
El elemento más importante del que disponemos para empezar a iluminar el camino de la práctica vocal es la respiración, que constituye uno de los ritmos vitales de nuestro cuerpo. Sin ella, nuestra vida no sería posible, y se produce en un ciclo continuado de “inspiración–espiración”.
El maestro Chun-Tao Cheng, llama a este proceso el “movimiento circular continuo”, pues en él no debe haber bloqueos y no se detiene nunca mientras la vida fluye por nosotros. Este concepto de “movimiento circular continuo” se aplica también a la emisión de la voz, e incluso a la vida misma, pues se cree que son muchos los beneficios que aporta al ser humano, entre los cuales están: relajar cuerpo y mente, calmar el sistema nervioso, favorecer la circulación de la sangre y, por ello, la oxigenación de los órganos, etc.
Clarissa Pinkola Estés, escritora y analista junguiana, afirmaba que “si vivimos como respiramos, tomando y soltando, no podremos equivocarnos”. Efectivamente, en eso debe consistir nuestro canto, en tomar aire, transformarlo en arte, en voz, en emoción, y soltarlo libre en un proceso continuo. Es hacernos conscientes de que nuestro cuerpo se ha transformado en un instrumento que respira, vibra, afina y desafina, se desajusta y hay que volver a ajustar. Como bien dice Michael McCallion, “el buen uso de la voz debe proceder del buen uso coordinado de todo el cuerpo”.
Todas estas reflexiones llevan a que una se pregunte en qué momento alguien puede decidir estudiar canto. Es una pregunta de difícil respuesta, pero de lo que no hay duda es de que se trata de un acto inconsciente de auténtica valentía. Ese largo viaje que constituye el camino de la voz, no es algo que veas en tu horizonte cuando decides empezar a estudiar canto y a buscar tu propia voz. Es algo que va sucediendo cuando las preguntas sin respuesta empiezan a surgir, cuando aparecen los bloqueos que nos impiden avanzar, cuando la frustración llama a nuestra puerta y cuando la búsqueda de honestidad artística y personal nos lleva a encontrar honestidad vocal.
¿En qué momento deja de ser un trabajo y se convierte en una forma de vivir? Es difícil determinar el momento concreto, pero sucede. El camino de la voz se va convirtiendo en el camino de la vida, con altos y bajos, con alegrías y tristezas, con aciertos y errores, pero, sobre todo, con plenitud y equilibrio.